Descripción
Es la sidrería de Casa Manuela.Así lo reza la carta, así lo subraya Roberto y así lo corrobora la realidad geográfica y estratégica: el restaurante ofrece un ambiente reposado y puntilloso que le ha convertido en clásico de nuestra primera Corte al poco de abrir, y la sidrería acoge bullicio, alegría, comodidad e informalidad entre paredes de mampostería lucida, vigas con talla e historia y dinteles de vieja cantería.Dos caras de la misma realidad desde planos distintos; Casa Manuela nos recibe por la calle Celso Diego Samoano, y Vega Redonda por la paralela posterior que lleva el nombre del río al que sirve de ribera en la antesala de su unión con el Sella.Independientes aunque unidos y prolongados por montacargas y escaleras, ambos locales comparten un centro de cocinas, bodegas y almacenes completando las inquietudes del dueño, siempre dispuesto a promocionar los valores gastronómicos de su ciudad con fondo de violines o de gaitas.La sidrería, que de Casa Manuela no toca ocuparse hoy, vive continuos ires y venires, entremezcla charlas y escanciados, permite servirse ilimitadamente de tonel por una módica cantidad y dispone de sabrosas especialidades sin prolongar esperas: embutidos de la casa, tablas de quesos de la comarca –Roberto siempre logra los mejores de cada majada y valle– y las cuatro imaginativas ruedas sobre las que avanza firme; la asturiana (picadillo, probe, chorizo a la sidra, tortos, patatas y huevos), la de fritos (calamares, croquetas, pollo al ajillo, patatas, parrocha y pimientos), la de carnes (costilla, criollo, churrasco, pollo, patatas, pimientos) y la del Cantábrico (bogavante, centollo, mejillones, navajas y langostinos).Por supuesto, como sidrería ortodoxa, no faltan las cazuelas y bandejas bullentes de tradición –pulpo a la gallega, almejas a la sidra, calamares de potera, fritos de merluza, callos, croquetas, revueltos, tortos-, ni los arroces marineros, ni los blanquidorados bacalaos, ni los cortes de vaca orientaliega, del escalopín bañado en cabrales al chuletón orondo y señorial.Y tampoco faltan las fabadas canónicas sumando a los compangos esperados otro no menos imprescindible alrededor de los Picos y el Cuera: el pantrucu.¿Qué aún no probó fabes con pantrucu? Pues debe. Y no digamos si el emberzáu y el probe siguen sin figurar entre sus afectos gustativos, la visita a Cangas no merece entonces demora alguna. Pantrucu, emberzáu, probe, chorizo de caza mayor, gamonéu… Deliciosos indigenismos regados con sidra rescamplante y generosa que, junto al resto de sugerencias pequeñas y grandes, hacen esta Vega doblemente redonda.